2012
Te fuiste calladamente, sin más ruido que tu respiración entrecortada tras la mascarilla del oxígeno, moviendo el pecho de forma desacompasada, con ritmo agitado y sin cadencia. Ni un quejido, ni un gesto excesivo de dolor y, como llevabas ya mucho tiempo, sin musitar una sola palabra. Se dobló de forma suave tu cabeza y todo acabó…
Así se fue tu vida. Una vida sencilla, donde el trabajo y el cuidado de los hijos fue el objetivo primordial; una vida llena de contenido en la que no faltaron momentos felices, ni tampoco, como suele ocurrir en este mundo, otros que amargan y entristecen la existencia, pero que tu sabías superar con energía y buen humor.
Te has ido, nos has abandonado, no porque tu quisieras, sino vencida por esa maldita enfermedad que anula poco a poco y borra de la mente los recuerdos y conocimientos que, después de todo, forman la personalidad de cada cual. Tu ausencia nos deja sumidos en triste soledad y todo aparece sin contenido, vacío, porque la certeza de que existías lo llenaba todo y tu presencia, aunque fuera callada, estaba aquí, cercana. Y te veíamos, y sentíamos el cálido pálpito de tu corazón, y percibíamos tu mirada tan expresiva, con la que sin duda querías comunicarnos algo, y sentíamos, en ocasiones, tu risa esporádica, y nos alegraba la leve sonrisa esbozada por tus labios al mirar a tus nietos…
Te has marchado, y no por esperada y conscientes de su proximidad, esa marcha nos ha causado un profundo dolor, una tristeza amarga y, sobre todo, nos ha sumido en una angustiosa soledad. Tu presencia llenaba todo nuestro entorno, hasta el mas escondido rincón de la casa y todavía tenemos la sensación de que estas aquí, en los mismos lugares que solías y nos parece vislumbrar tu figura realizando las tareas cotidianas… Pero no, no estás. Esa presencia tuya se encuentra dentro de nosotros, situada en nuestra mente, impresa en nuestro corazón, y tal vez ese hecho sea más permanente y duradero que la presencia física real, ya imposible, pues mientras los que te hemos querido nos hallemos en este mundo, tú estarás también en él. Nuestra soledad, penosa y pesada cuando nos aislamos del bullicio de la gente, nos hace recordarte y anhelar tu presencia cariñosa, delicada, que nos arropaba cálida y protectora, como madre y como compañera comprensiva. Te has ausentado pero estarás presente en nosotros, hasta el fin de nuestro tiempo.