El gran bluf

2009

      EL GRAN BLUF

                                                    I

A  la izquierda del espectador, una pequeña habitación que lo mismo podía ser de un hospital o de una residencia. Existe una blanca cama, sobre la que se encuentra acostada la Esposa. Junto a ella el doctor y Juan. El lado derecho del escenario permanecerá oscuro u oculto por una tela o gasa negra que dé sensación de inexistencia.

JUAN.- ¿Cómo la encuentra hoy?

DOCTOR.- Igual

JUAN.- Pero yo  la encuentro algo más ágil y  creo que me ha reconocido.

DOCTOR, Ya te he dicho que lo de tu mujer no tiene solución. Es una enfermedad degenerativa que, en su caso, progresa de forma muy acelerada.

JUAN.- ¿Seguro?

DOCTOR.- Seguro. ¡Ojalá estuviera equivocado!

JUAN.- ¡Que dura es la vida!

DOCTOR.- Hay que admitirla como es, unas veces agradable, otras penosa.

JUAN.- Lo malo, doctor, es que siempre resulta frustrante.

DOCTOR.- ¿Por qué?

JUAN.- Porque son más los momentos dolorosos que los de gozo

DOCTOR.- Depende de la suerte

JUAN.- ¿ Y no es inconcebible que dependa de un puro azar? Einstein decía que Dios no jugaba a los dados. Si es así, cabría preguntarse  el motivo por el cual  escoge a algunos para sufrir durante largos periodos y a otros los premia con largas venturas y felicidades repetidas.

DOC TOR.-  No creo que ocurra así. Todos tenemos momentos tristes y momentos felices.

JUAN.- Pero algunos más que otros. Incluso puede observarse que muchos parecen haber nacido para sufrir exclusivamente.  Hay pueblos en permanente hambruna y victimas de mil enfermedades.

DOCTOR.-Ocurre eso en países poco desarrollados. Pero no te extrañe que en ocasiones se sientan mejores y más afortunados. Todo depende de la visión que se tenga del mundo y del deseo de cada cual. Sentirse satisfechos con lo que se tiene es una manera de felicidad.

JUAN.- Siempre que se esté sano. Pero dígame como puede ser feliz ella, postrada ahí, dependiendo de los demás para todo. ¿Cree usted que se da cuenta de su situación?

DOCTOR.- Tal vez. Nuestra ciencia ignora más de lo que sabe. Igual que percibe las sensaciones dolorosas, también distinguirá y gozará de las agradables y afectivas.

JUAN.- Pero cada vez menos. De su mente se van borrando los recuerdos, su historia, que es como perder la personalidad, dejar de ser “alguien” para convertirse en simple objeto.

DOCTOR.- No tanto, hombre.

JUAN.- La vida es todo un engaño. Hay teorías que atribuyen la creación del mundo y de la vida al diablo.

DOCTOR.- Hoy está pesimista.

JUAN.- ¿Hay motivos para otro estado de ánimo? Fíjese como se desarrolla este gran bluf que es vivir. Yo recuerdo cuando hacía proyectos con ella sobre el futuro, que se nos mostraba atractivo y feliz.

(Se va oscureciendo el lado izquierdo del escenario, donde actúan los personajes, mientras se ilumina el derecho, en el que aparece un esquemático jardín y dos jóvenes sentados en un banco)

JUAN (joven).- ¡Qué guapa estás! Ese vestido te transforma en una jovencita.

LOLA.- ¡Que tonto eres!

JUAN.- Eres un sueño de mujer que para mí se ha hecho realidad.

LOLA.- ¡Que cosas dices! Pero la verdad es que me encantan. Yo no he conocido a nadie como tú.

JUAN.-  ¡Te quiero! Si no hubiera llegado a conocerte, creo que el mundo no tendría atractivo para mi.

LOLA.- ¡Adulador! Yo tampoco concibo la vida sin ti.

JUAN.- En cuanto termine la carrera nos casaremos.

LOLA.- ¿No es muy precipitado? Tendremos antes que situarnos, hacernos con una vivienda, aunque sea modesta, tener asegurado el trabajo…

JUAN.- Estoy seguro que lo conseguiremos sin problemas. Yo estudiaré mucho para acabar pronto y luego trabajaré duro para tenerte como una reina.

LOLA.- La vida es más difícil de lo que imaginamos, según dicen los mayores.

JUAN.- Todo depende de la energía que empleemos en alcanzar nuestros sueños. Y yo estoy lleno de energía.

LOLA.- Pero las circunstancias también influyen.

JUAN.- Miremos las cosas en positivo. Todo puede superarse si se tiene voluntad y tezón. Nos construiremos una casita con su jardín, su piscina para que los niños se bañen y tomen el sol

LOLA.- ¡Que imaginación!

JUAN.- Tendremos cuatro: dos chicos y dos chicas. Serán guapos y fuertes ellos y atractivas, hermosas y bellísimas ellas. Además, todos serán muy inteligentes y buenos.

LOLA.- ¡Dios mio! ¡Que loco estás!

JUAN.- Por ti. Quiero que seamos felices todos los días de nuestras vidas. Formaremos una familia ejemplar. Nuestro hogar tendrá todo lo necesario para ser agradable y acogedor. Nuestros hijos jugaran respirando aire no contaminado, a las afueras de la ciudad, en un barrio tranquilo y nuevecito, con todas las comodidades de la vida moderna

 LOLA.- ¡Como te gusta soñar!

JUAN.- Trabajaré para conseguirlo.

(Se hace el oscuro en esta zona y se ilumina la de la derecha)

DOCTOR.-  La juventud es la etapa más ilusionante de la vida. En ella afloran todos los proyectos del futuro con un colorido atractivo y seductor.

JUAN.- Tan seductor que suele resultar engañoso, pura ensoñación que va esfumándose con el paso de los días. La alegría de sentirse vivir que produce una sangre ardiente y un cuerpo fuerte, casi recién estrenado, nos hace ver un mundo apetecible que se nos ofrece fácil, casi al alcance de nuestras fuerzas. Pero luego, cuando nos enfrentamos a él o pretendemos acceder a sus diversas opciones, vamos comprobando lo dificultoso que es conseguir los propósitos o deseos que nos ha sugerido. Y comprobamos cuantas exigencias, sudores y  lágrimas cuestan realizar cualquier proyecto, por poco ambicioso que sea.

DOCTOR.- Sigue siendo un pesimista.

JUAN.- Doctor, si hasta esa etapa que usted considera ilusionante, en el fondo, si la analizamos un poco, es triste.

DOCTOR.- En eso no estoy de acuerdo. Solo en la juventud encontramos alegría y todo nos resulta bello y atractivo y agradable y encantador.

JUAN.- Usted debiera saberlo mejor que nadie: ello es efecto del hervor de la sangre nueva, del cuerpo elástico y de unas sensaciones físicas agradables que captan unos sentidos todavía vírgenes. Ciertamente que el mundo es bello e invita, en la primavera de la vida, al placer, al gozo, a ser felices. Mas también, cuando intentamos materializar los planes diseñados para el futuro, vamos comprobando que se van deshaciendo, que son simples fantasías sin consistencia real. Para todo encontramos obstáculos, todo exige cada vez mayores esfuerzos. Incluso, si se tiene un espíritu crítico, se ve todo difícil, casi inaccesible… Surge así un ánimo depresivo… Lo que ocurre es que la necesidad de vivir obliga a sobreponernos.

DOCTOR.- En eso no le falta razón. De los primeros años se arrastran traumas que condicionan o entenebrecen la madurez. Pero también es cierto que la vida nos va subyugando y seduciendo con una interminable creación de ilusiones.

JUAN.- Diga más bien espejismos. En el horizonte se nos dibujan un mundo al que tratamos de llegar; más, cuando creemos tenerlo al alcance, se desvanece.

(Se hace el oscuro y se ilumina la otra parte del escenario. Aparece un diminuto jardín, a la entrada de una casita de un barrio de la gran ciudad)

JUAN.- (entrando) ¡Lola! ¡Lola! Ya estoy aquí

(Lola sale de la casa seguida de tres niños de, aproximadamente, 10, 7 y 5 años, que gritan alborozados)

NIÑOS.- ¡Papá! ¡Papá!

JUAN.- ¡Guapos! ¡Cuánto os he recordado! ¡Ya estamos otra vez juntos!

LOLA.- ¿Por qué te has retrasado? 

JUAN.- Tuve problemas con algunos clientes morosos

JUANITO.- Papá, ¿Qué nos has traido?

JULITA.- ¡Eso! ¡Eso! ¿Qué regalos nos traes?

JUAN.- Muchas cosas. Pero tendréis que ser buenos, obedientes y estudiosos y esperar a que los saque del coche.

TODOS.- ¡Vamos! ¡Vamos a por ellos!

LOLA,- Ahora no. Dejar que  papá descanse.  Iros a jugar.

JUAN.- ¿Cómo se han portado los críos en mi ausencia?

LOLA.- Muy bien, aunque te echan de menos. ¡Como les da tanto juego! De noche es peor. Todavía esto es muy solitario y cohíbe un poco.

JUAN.- Dentro de poco cambiará todo, cuando la nueva urbanización termine.

LOLA.- Esperemos que sea para bien. Parece que piensan construir edificios muy altos y eso ahogaría nuestra casita.

JUAN.- No creo. Siempre nos quedará un pedazo de cielo azul, que será nuestro, y sol que calentará la piscina, y un jardín donde criar rosas rojas para mi mujer.

LOLA.- ¡Siempre serás igual! ¡Eterno soñador!

JUAN.- Hasta ahora todo ha salido como deseábamos.

LOLA.- Todo no. Lo de Julita ha sido un golpe bajo

JUAN.-  No te preocupes. Verás como con ejercicio, aire puro y sol se recuperará hasta transformarse en una bella adolescente.

LOLA.- Dios lo haga. ¡Ah! Mira luego las notas de Juanito y no seas tan condescendiente con él.

JUAN.- ¡Mujer! Todavía es muy joven… Ya se aplicará en firme.

LOLA.- El tiempo perdido no es fácil  de recuperar.

JUAN.- Con inteligencia y dedicación, si.

LOLA.- ¿Cómo te ha ido en el viaje?

JUAN.- Bien. He podido convencer a la competencia  de que debemos colaborar más y no destrozarnos por cuotas de mercado. Veremos si dura mucho el entendimiento. De todas formas he de hablar con los jefes sobre la necesidad de modernizarnos y reducir costes. Pero dejemos las pesadas cosas del trabajo y vayamos con los niños. Son  encantadores. Quiero que Juanito sea un gran ingeniero, Julita una ágil  bailarina y el pequeño un afamado doctor.

LOLA.- ¡Estás loco!

JUAN.- Por ti y por ellos.

LOLA.- Entremos en casa, hace fresco.

(Mientras se dirigen al hogar, se va oscureciendo todo)

                                             II

Al iluminarse de nuevo el escenario, la casita aparece rodeada de altos edificios que la sumen en permanente umbría, donde no llega la luz del sol.

En un pálido jardincito, Juan remueve la tierra para renovar algunas plantas. Su aspecto ha cambiado: se ha convertido en un anciano de cabellos blancos y rostro arrugado.

JUAN.- (Mirando al cielo) ¡Maldito urbanismo! ¿Por qué construirán edificios tan altos? ¡Me han robado el sol y el aire!

LOLA.- (Desde la puerta) ¿Qué murmuras?

JUAN.- Estas malditas construcciones, que nos han quitado la luz, el sol, el aire y, encima, nos llenan de malos olores y humos-

LOLA.- ¡Si me hubieras hecho caso! Debimos vender la casa.

JUAN.- ¿Y vivir en una de esas colmenas?

LOLA.- Mejor dentro que ahogados por ellas.

JUAN.-  Yo tenía mi jardín, mi pequeño huerto y mis habitaciones amplias y luminosas… (Con melancolía) Los niños correteaban y jugaban alrededor, sin temor a ser atropellados, respirando aire puro…

LOLA.-  Pero el tiempo pasa… Los niños ya son mayores y han volado… Nuestro chalecito se ha vuelto grande para nosotros dos.

JUAN.- Pero yo no sé vivir sin cuidar mis plantas, sin bañarme en mi piscina.

LOLA.- Ya no tienes fuerzas para usar el azadón… Ni aguantas dos largos de tu pequeña piscina. No te olvides de lo que dijo el médico: nada de esfuerzos violentos. Lo que debes es andar, darla vuelta a la manzana…

JUAN.-  ¿A esta horrenda manzana gris? Ni hablar. Prefiero mis rosales, mis tulipanes… O pedalear en mi estática.

LOLA.- Eres cabezón. Nuestro tiempo ya pasó. Somos dos pequeños pigmeos rodeados de gigantes, que esperan impacientes nuestra marcha para especular con este terreno que nos negamos a entregarles.

JUAN.- Mientras tenga la mínima fuerza, nadie me moverá de aquí. Este es un país libre.

LOLA.-( Dubitativa) ¿Tu crees? Nadie es totalmente libre.

JUAN.- Yo lo soy. Dije que no vendería y no vendí.

LOLA.- Tal vez pensaron que bastaba con esperar… Ya somos muy viejos, Juan.

JUAN.- ¿Y qué? Están nuestros hijos. Ellos defenderán este pedazo de tierra y hogar.

LOLA.- ¿Para que? Juanito está en Japón, allí ha formado su familia. Ya, si acaso, viene una vez al año, si sus ocupaciones lo permiten; Julita, enrolada  en esa dichosa ONG que no sé ni pronunciar, va de un lugar a otro del mundo sin parar; y Carlos, el más cercano, ya sabes cuando viene: si necesita algo para salir de los continuos apuros y líos en que se mete. Para él sería un premio de la lotería vender esto y coger su parte.

JUAN.- ¡Calla, mujer, que me deprimes! (Con amargura, casi llorando) ¡Cuánto trabajo perdido!

LOLA.- Perdido, no. Ellos viven sus vidas, como nosotros lo hicimos y lo hacemos con las nuestras. Y los hemos criado con amor, educado con celo; nos hemos sacrificado y luchado por ellos hasta que han madurado y escogido sus caminos…, que pueden no coincidir con los nuestros.

JUAN.-  Pero yo, Lola, me siento muy solo… Quisiera tenerlos junto a mí, como cuando eran niños…

LOLA.- Eso es un sueño imposible… Ya no son los mismos, aquellos pequeños que necesitaban protección y cariño.

JUAN.- Es como si la vida se hubiera invertido: somos nosotros, ahora, los que necesitamos cariño y protección… ¡Y nos encontramos tan solos! (Llorando) Únicamente me quedas tu y mis flores… ¡No me abandones, por favor!

LOLA.-  ¡Pobrecito niño mío!

 (Lo abraza y acaricia su blanca cabeza, mientras se va haciendo el oscuro.)

                    Se ilumina lentamente la habitación del hospital y aparecen, de nuevo, Juan y el Doctor.

DOCTOR.- Has tenido la suerte de vivir con una mujer extraordinaria.

JUAN.- Y la desgracia de ir perdiéndola poco a poco

DOCTOR.- Quizá sea mejor así: tu dolor será largo pero menos intenso.

JUAN.- La vida, doctor, como he dicho antes, es una gran frustración, un desengaño.

DOCTOR.- Depende de cómo la mires. Si piensas que consiste, no en el final, sino en lo que te ocurre en cada momento, la visión es distinta.

JUAN.- Los momentos son fugaces, no te dan tiempo a saborearlos.  Y de repente te encuentras con que todo se ha desvanecido como un espejismo, y solo percibes la soledad, la inmensa soledad de un árido desierto en una noche fría y sin luna.

DOCTOR.- Siempre existe la esperanza… Nos la garantiza Dios.

JUAN.- ¿Está seguro? En el transcurso del tiempo vivido, ante los acontecimientos que nos han herido o nos han hecho desesperarnos llenos de dudas, nos sentíamos abandonados, huérfanos; parecía que el Creador se había olvidado de nosotros…

DOCTOR.- No es así, siempre ayuda a levantarnos cuando caemos.

JUAN.-  ¿Por qué ha abandonado a Lola? ¿Qué motivo hay para tenerla así, borrándose su mente y apagándose poco a poco su vida?

DOCTOR.-  Existen razones que la razón humana no alcanza a comprender.

JUAN.- Tampoco es comprensible el sufrimiento de esta criatura que se apaga con lentitud desesperante, ni el dolor que siento al verla, ni el terror que me produce lo que nos aguarde más allá… No le encuentro sentido ni objeto a la vida… Y, sin embargo, tiemblo cuando pienso en el final. (Llora) Doctor, ¿que me está pasando? ¡Parece que Dios se ha olvidado de nosotros!

El Doctor le da cariñosas palmaditas para calmarlo, mientras el escenario se oscurece definitivamente.

                                                                             5-2009

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