2009
Quienes no conocimos, en nuestra niñez, otro sistema político que la dictadura y recibimos, como una bocanada de aire fresco y puro, el cambio realizado por la transición, al observar y padecer hoy la evolución acaecida después de más de treinta años, sentimos una acongojada frustración, un pesimismo desesperanzado, que nos obligan a preguntarnos qué clase de individuos –estúpidos, inconscientes o malvados- somos los españoles. Parece que no escarmentamos con la tragedia fratricida, y la sombra de Caín, como denunciaba en su tiempo Machado, aún oscurece la luminosidad de nuestras tierras, como una maldición de la que no somos capaces de escapar.
Para desterrar e impedir las actuaciones de los demonios que nos empujaron a los garrotazos goyescos de la contienda civil, diseñamos una España regionalizada, para tratar de evitar o diluir el ego individualista que permanecía hibernado en algunos lugares. El resultado ha sido que ese ego despertó, contagió a otras regiones al tiempo que resurgieron viejas y fantasmales ideologías ya superadas, con lo que las divisiones se convirtieron en pequeñas ínsulas, en seudo estados mínimos, en colisión con las tendencias de unificación y asociación de naciones de un mundo cada vez más pequeño e interrelacionado. Así, en vez de ir hacia un país más cohesionado y colaborador, aprovechando la idea de una Europa unida, retrocedemos gastando energía en inexplicable lucha contra corriente, camino de una deriva empobrecedora en todos los sentidos, para satisfacción de enanos virreyes que, como molestas pulgas, chupan la sangre ciudadana para engorde propio y anemia del pueblo.
Se hizo una Constitución modélica en muchos aspectos, pero no se delimitaron otros que, a estas alturas, pueden dinamitarla. Nunca debieron cederse competencias como la enseñanza, la sanidad, la seguridad, la disponibilidad de recursos como el agua, por ejemplo, que pueden provocar diferencias; nunca debieron permitirse, al aprobar los estatutos, la ruptura de la igualdad de todos los españoles en derechos y obligaciones; nunca debieron permitirse partidos con ideologías separatistas, discriminatorias o privilegiadas, ni gobiernos regionales que establecieran barreras entre comunidades… (Para mi tengo que las 17 comunidades creadas son un costoso lujo que nos ahoga cada vez más y que, de ser posible convendría suprimir, aunque esto sea ya algo utópico por causa de los intereses creados). Lo que si es urgente y necesario, si queremos subsistir como nación, es recuperar fortaleza y nervio en el Estado, reasumiendo cesiones que están siendo mal utilizadas, cuando no manipuladas, como la enseñanza, instrumento en algunas “nacionalidades” para distorsionar la historia, envenenar las mentes, enfrentar a los conciudadanos e incluso disfrazar las realidades físicas del terruño y, con un odio demoníaco y estúpido, desterrar una lengua de las más extendidas por el mundo, sin pensar que los perjudicados por tal acción son los propios naturales de esas regiones en las que unos políticos torpes, incultos y viles mal gobiernan.
Es hora ya de oponerse a tanta barbaridad y arrimar el hombro para conseguir un país unido, justo, civilizado, moderno, honrado, tolerante, moral, fuerte y respetado, defensor de la igualdad de todos sus habitantes en la libertad, la salud, la seguridad social, el trabajo y en el logro de esto tan deseado como es la felicidad en mutuo respeto. O, acaso, ¿es que los españoles somos estúpidos, inconscientes o malvados?