Nostalgia

2015

Nostalgia

              (Paul de Senneville)

El tocadiscos sigue girando y haciendo surgir, en el silencio, diversas composiciones, todas del mismo estilo, lentas y románticas. Escucho ahora “Nostalgia”. No es el famoso tango que cantaba Gardel, tan dramático y triste; por el contrario sus notas  son suaves, relajantes, sugestivas y en estos momentos me vienen bien al darme tranquilidad y sosiego. Continúa, también, una lluvia menudita cuyas gotas resbalan por los cristales de la ventana.

Sin orden, saltando de unos a otros, mezclando los de la niñez con los de la adolescencia y juventud, voy recordando episodios del pasado, sin valor seguramente para nadie, pero sí para mí que fui aquel ser, ya lejano en el tiempo, que los vivió, gozó o sufrió. Aún cuando no tuvieran importancia, me resulta curioso y hasta cierto punto sorprendente, que en estos recuerdos siempre exista alguna mujer, pues soy todo lo contrario de un Don Juan; más bien su opuesto por mi natural tímido e indeciso. Es una paradoja o, quizá, una reacción psíquica lógica. La mujer, para mí, siempre ha representado un ser perfecto digno de admiración y ello hacía que sintiera una especie de temor a ser rechazado o considerado insignificante. De ahí que en presencia de un grupo femenino haya estado siempre nervioso, inquieto, torpe y retraído.   Todo esto condicionaba mi comportamiento y me obligaba, en ocasiones, a actuar de manera un tanto ridícula o rara en un chico normal; lo que, a su vez, provocaba el efecto contrario a mis deseos de pasar desapercibido. Ellas, con esa fina intuición de que están dotadas, se daban cuenta de mi azoramiento, incitándolas a la risa y a los comentarios jocosos.  

Superar este problema, si es que lo he superado del todo, me costó muchos esfuerzos. Por fortuna tenía un amigo “cara” al que no le asustaba ni el diablo. Él me empujó a entablar relaciones y contactos con grupos de chicas.

           En los años de mi adolescencia y juventud, los días festivos se paseaba por la Plaza Mayor y calle principal. Y dada la insuficiencia económica general, en especial de los jóvenes, la distracción eran esos paseos, acompañando y charloteando con las jovencitas en flor; los bares y terrazas estaban casi siempre prohibidos para los bolsillos.

La muchachada de ambos sexos trataban de conocerse y entablar un diálogo en tanto paseaban. Si la chica no rechazaba el trato espontáneo, se establecía una amistad que tal vez desembocaba en algo más; así conocí a varias jóvenes, con las que salí durante bastante tiempo. Pero mi incorporación a un conjunto teatral hizo que me apartara un poco de los cotidianos paseos callejeros.

En esta ocasión no se trataba de montar una obra teatral, sino un espectáculo de variedades, en el que descollaba un sastre madrileño, “importado” por un taller de aquí, con capacidades extraordinarias para caricato, actor, recitador, payaso, cómico y un largo etcétera. Formaban parte, también, una buena cantante local y bailarinas no muy hábiles. Actuaron en localidades cercanas y con bastante éxito.

Debo confesar que tengo nostalgia de aquellos días, de mis variadas amistades, buenas y sinceras, de las jovencitas que  se cruzaron en mi camino, unas de forma fugaz, otras con influencia más permanente; tengo nostalgia de aquel asmático tren a cuya estación íbamos los días soleados de invierno, paseando en parejas por la carretera, sin temor a ningún vehículo, pues eran pocos los que existían  y circulaban; tengo nostalgia de mi ingenuidad al intentar deslumbrar  con mis pinitos literarios publicados en la prensa local, a una chatilla, no muy agraciada, pero que a mi me atraía; tengo nostalgia del cocido madrileño en un económico restaurantito de la calle Hortaleza, al que me llevó por primera vez una compañera de la pensión, valenciana, que trabajaba en un Club nocturno y de las varias veces que allí bailé con ella, sin más coste, por su indicación, de solo un par de cocas colas; tengo nostalgia de los paseos nocturnos por la Gran Vía con un improvisado amigo sevillano, también  opositor suspendido, pues nos dedicamos más a ver revistas en la Latina, donde lucía Katia Loritz sus encantos y nos hacían reír Luis Cuenca y Antonio Casal, que a mejorar la mala preparación que teníamos para alcanzar  éxito; tengo nostalgia, mucha nostalgia de mi adolescencia y juventud, cuando todo parecía bello y atractivo;  cuando la vida, pese a las carencias padecidas entonces, resultaba espléndida, emocionante, prometedora…  Sería absurdo hablar o reseñar  todo lo acontecido, a las personas tratadas, una por una, que haría interminables estos recuerdos para mí y aburridos para los demás.  Lo que sí me gustaría, como nuevo Fausto, es regresar a la juventud, regresar, como en algunas películas, al pasado, a aquellos días cada vez más lejanos y difusos; entre otros motivos, para  volver a estar junto a la mujer –mitad  realidad vivida, mitad creación de éste  Pigmalión soñador- que durante un tiempo conmovió mi alma, y poder despedirme de ella, ya en el declive de mi vida,  pidiéndole, como ella hizo el último día que nos vimos.,  “bésame mucho, como si ésta fuera la última vez”… 

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