2009
OBSERVACIONES SOBRE LA ECONOMIA
La televisión, los periódicos, la radio y personajes mas o menos tecnócratas, intelectuales o del mundillo político, suelen poner de moda algunas palabras y expresiones que son aceptadas con rapidez y repetidas con fruición por cuantos presumen de estar al día en los enjundiosos temas que, en ocasiones, sobresalen del resto de las preocupaciones de la gente. Así ocurrió, por ejemplo, con la horrible palabra “coyuntura”, referida a la situación económica en un momento dado, y así viene aconteciendo con las repeticiones inútiles en los discursos de “ciudadanos y ciudadanas” y palabras semejantes, cuyo plural engloba a los dos géneros, o con la aberrante expresión de tragedia o catástrofe “humanitarias”, tan difundida hoy. Algo parecido pasa con algunas ideas – pocas- que, de vez en cuando, segregan las élites dirigentes. Podemos recordar aún los celebres “planes de desarrollo” de los años sesenta, cuando el franquismo empezó a desprenderse de su obsesiva idea autárquica adoptando, y ya es ironía, un sistema desarrollista inspirado en los “planes quinquenales” soviéticos. Pues bien, hoy, según leemos en la prensa, son los “planes estratégicos” los que priman, y no ya el Estado, sino cada ciudad, pueblo o aldea tratan de establecer o diseñar el suyo y para ello encargan proyectos, forman comisiones, contratan expertos, hacen viajes de estudios, celebran comidas de trabajo y un larguísimo etcétera, para que la “estrategia” que se adopte, si llega a materializarse, no la desbarate o derrote (perdonen la nota humorística) ni el propio Napoleón, si volviera a nacer.
Afortunadamente, los estudiosos, los técnicos y los propios políticos van casi siempre detrás de los acontecimientos, de la vida social real. Son las empresas emprendedoras y activas las que impulsan la economía, cuyos logros luego tratan de explicar y sistematizar aquéllos. El impulso que lanzó a nuestra ciudad y la convirtió en el núcleo económico más dinámico de la provincia y de la comarca, fue el “boom” turístico e inmobiliario de la Costa del Sol. El lucentino, que es despierto y habilidoso, encontró con él un amplio mercado para su pequeña industria de la madera, que supo aprovechar sin necesidad de que nadie se lo indicara, al tiempo que el éxito le obligaba a ampliar las fábricas y extender a otros sectores la actividad, sin mas ayuda que su propia iniciativa e intuición.
El excelente filósofo y fino economista John Stuart Mill, que estudió y analizó la “ley de los rendimientos decrecientes” con una pulcritud científica antes desconocida, se mostró siempre acendrado enemigo de cualquier sistema que limitara la libertad individual. Y he aquí, precisamente, el nudo gordiano de la cuestión. El crecimiento de la economía exige libertad y, sin su oxígeno, en el mejor de los casos, languidecerá si es que no llega a fracasar. Es lo ocurrido con los ya citados planes quinquenales soviéticos, pese a sus logros iniciales; el maravilloso paraíso que se intentaba construir solo dio lugar, por falta de iniciativa libre, a pobreza y ruina, aún cuando existían riquezas naturales en aquellas tierras.
De ahí que toda planificación económica, especialmente si surge de la política, me cause temor. No es que propugne el regreso al liberalismo salvaje, que provocó, como reacción, tras Fourier y los socialistas llamados utópicos, al socialismo científico de Marx, cuyas consecuencias y fracaso todos conocemos; lo que me preocupa es que con toda esa “estrategia” y creación de Organismos, Consejos Sociales, Económicos, Turísticos y demás –en su mayoría vacíos e inoperantes- por las diversas Administraciones menores, en un afán imitativo del Estado, pero que tanto seducen a nuestros hombres públicos, se acabe no por corregir irracionalidades y abusos, que sería un objetivo loable, sino por poner tal cantidad de obstáculos, exigencias, requisitos, autorizaciones…, que desanimen al empresario o haga inviable cualquier proyecto. La Administración no debe entorpecer de ninguna manera la actividad privada, ni incluso mediante el señuelo de las subvenciones -de las que se hace un uso abusivo- por ser otra forma de intervención en perjuicio de la competencia, cuando no posible semillero de corrupción. Y mucho menos, el ente público, debe transformarse en seudoempresario, como lo hizo el anterior régimen. Lo correcto es que se limite a una función observadora, promotora y de corrección, cuando ello sea necesario en beneficio de la mayoría.
Lucena, afortunadamente, ha sabido crear su riqueza mediante el esfuerzo individual, sin ayudas, con solo la inteligencia y el esfuerzo de sus gentes. Y así le conviene proseguir. Son los propios interesados quienes han de agruparse y unir medios para continuar creciendo y propagando sus producciones, sin doblegarse ni dejarse influir por intereses ajenos, sean cuales fueren.
Miguel Molina Rabasco