2014
En el recorrido de este camino sin término cierto y fijo que es la vida personal, nos suceden hechos y nos surgen imprevistos problemas que unas veces nos producen satisfacción y otras nos provocan dolores, tristeza, quizás miedo. Y cuando éstos últimos son graves buscamos, presurosos, asideros, ayudas y, con angustiosa frecuencia, alguna especie de milagro que nos salve, impida o libre de sus consecuencias. Miramos, entonces, al cielo azul a la búsqueda de auxilio; pero por ese cielo que, como alguien dijo, ni es azul ni es cielo, nuestra mirada se pierde en su inmensidad, aumentando nuestro disimulado pánico al no encontrar más luz que la de inalcanzables estrellas y ninguna esperanza en el desconocido espacio, donde giran, distantes y enormes, innumerables galaxias, agujeros negros y otros mundos, tal vez semejantes al nuestro, con los que, por ahora, es imposible cualquier contacto.
Si conscientes de la propia pequeñez, dirigimos la mirada a esta tierra que habitamos y que nos sustenta y observamos a los semejantes con quienes convivimos, descubrimos, inquietos y temblorosos, la incurable locura con la que actuamos, hasta el extremo de haberla descrito, en cierto adagio latino, como “homo homini lupus”(el hombre un lobo para el hombre). Tampoco el medio físico nos fue –ni siempre es- favorable: dramáticas sacudidas telúricas, vómitos de lava ardiente, tempestades destructoras, tsunamis arrasadores …Como defensa solo el esfuerzo humano y su ingenio, haciendo verdad lo que dijo un filosofo: “nada le ha sido otorgado al hombre de forma gratuita”. En lo más hondo del alma, llegamos a sentirnos solos, aislados, inermes, en ocasiones vencidos, sin que nadie tienda una mano amiga o dé el regalo de un consejo, de un consuelo… Y si además descubrimos como se efectúan acciones tales como la falta del respeto a la vida por mor de una insólita libertad voluptuosa personal, y como la gente se divide, con odio o desprecio, por ambiciones económicas, y se hiere y mata por el dominio de un pedazo de terruño que, como parte del planeta, pertenece a todos; y cuando nos elaboran doctrinas seudo-filosóficas-políticas como “el derecho a decidir” de un grupo, con exclusión o eliminación de los demás, sin detenerse a pensar ni considerar que implica un hallazgo diabólico si lo practicamos en todas las situaciones y acciones humanas. Pero la cuestión se agrava aún más si contemplamos el entorno conflictivo de muchos países, inmersos en incendiarias y sangrientas disputas por el poder o la riqueza, enmascaradas, muchas veces, con creencias religiosas, lo que nos obliga, perturbados y temerosos, a llamarte: Señor, ¿dónde te hallas, que no encuentro por ningún sitio tu deseada y necesaria presencia?
Es, entonces, cuando acongojados, apartados del bullicio estrepitoso de una sociedad enloquecida, recogidos, sumergidos en nosotros mismos, nos damos cuenta de que estás, Señor, aquí, dentro de nuestro corazón, excitando nuestra alma para que reaccione y luche para corregir los egoísmos y apetencias que impiden la convivencia en paz, la distribución equitativa de los bienes, el destierro de la miseria, al tiempo que, como un desconocido poeta dijo, en íntima cercanía, a solas, “Tu amor nos abrasa”.