2016
LA GATA Y EL PAYASO
Alba es una niña pequeñita y vivaracha. Su excesiva actividad, le hace estar siempre con el rostro coloradito y deshechos los coquitos que su madre le forma al peinarla. Casi de forma contínua juega con los muchos muñecos y objetos que posee o bien, con sus lápices de colores, garabatea y dibuja en los folios pedidos a su padre o al abuelo, tal vez tratando de superar, lo que a veces consigue sin saberlo, obras de algunos pintores surrealistas modernos
Un día -¡extraordinario día!- unos amigos de la familia le regalaron una preciosa gatita de apenas un mes, de pelo blanco con mechas oscuras en las orejas y lomo. Y este suceso cambió los hábitos de Alba: se olvidó de los juguetes, de los lápices de colores y de su afán de emular a Picasso y Miró. Se dedicó solo a la gatita, dándole de comer con un pequeño biberón, mientras le cantaba para que se durmiera
Transcurrió el tiempo y la gatita, aún muy joven, jugaba con la niña, unas veces corriendo tras los ovillos de lana que Alba cogía de la bolsa de labores de la madre, otras empujando los globitos con los que la pequeña tenía sembrada la habitación, o desbaratando las frágiles construcciones y castillos que la niña montaba con piezas de plástico, o peleándose con sus muñecos, especialmente con un esbelto payaso que andaba, hablaba y cantaba canciones con su metálica voz de robot. A éste, el animalito, mostraba abierta aversión.
Alba se entendía muy bien con ella. Le ordenaba algo y la gata obedecía; inversamente, los maullidos del animalito, los interpretaba perfectamente la niña, sobre todo cuando ésta quería comer o jugar. Así, no era raro oír como Alba entablaba insólitas conversaciones con ella, a las que se adhería el payaso parlanchín, entre gruñidos de la gatita, molesta por las intromisiones del muñeco.
Pasados algunos meses, la gatita creció hasta convertirse en un esplendido ejemplar. Pero su carácter también cambió: prefería dormitar en los mejores cojines, respondía molesta a las incitaciones o llamadas para jugar, eludía conversar con la niña y, con frecuencia, le disputaba la merienda amenazándola con sus garras.
Sabido es que los gatos son muy egoístas y les gusta la buena vida y la comodidad. De ahí que se apoderen de los lugares mejores, como la mullida camita, el blando sillón junto al calentador o el cojín, de los que cuesta trabajo desalojarlos sin que gruñan furiosos. También conviene advertir que ellos se consideran parientes diminutos de los tigres y de las panteras, por lo que se siente orgullosos y son despectivos con otros animales domésticos. Y con frecuencia, a causa de ese estúpido orgullo, se vuelven agresivos y peligrosos.
Pero volvamos a los hechos. Mientras la gata fue pequeña, jugaba con todos y participaba en los organizados por Alba, ya fuera en su casa, ya en el cercano parque los días templados que no había colegio, ya en el campo cuando iba con sus padres.
En casa, reunidos en el cuarto para jugar que tenía asignado la niña, pasaban casi todo el tiempo, revueltos, construyendo y destruyendo casitas, explotando globos, formando rompecabezas, cantando con el payaso y la gorda Pepona de trapo o revolcándose por el suelo entre gritos de Alba, gruñidos de la gata y risas del payaso.
Más, con el paso del tiempo, como se ha dicho, la que fue pequeñita gatita creció y perdió su interés por los juegos. Dormir y comer parecían sus únicas ambiciones. La niña trataba de implicarla, como antes, en sus juegos, agitándola con energía o impidiendo que se apoderara del cojín, de la cama o del sofá. El animal protestaba con gruñidos y amenazando con sus afiladas garras.
- Ten cuidado con ella –advertía el payaso a Alba-, que es perezosa, envidiosa y mala.
- Pero aquí mando yo –replicaba tozuda la pequeña.
- Déjala, juguemos nosotros –insistía el payaso.
Casi siempre Alba terminaba por hacer caso al muñeco y dejaba tranquila a la gruñona panterita. Pero un día se empeñó en que la obedeciera y tanto la acosó, que la gata, enfurecida, la arañó y, con rabia, desgarró a la Pepona, rompió los globos, mordió al Payaso y sin mirar atrás, saltó por la ventana del cuarto hasta un tejado lindante y se recostó al sol, segura de que allí no la molestarían.
Alba lloró por el dolor de los rasguños que en las piernas y los brazos le había hecho y de los que brotaban gotitas de sangre. Acudió la madre y le curó las heridas, al tiempo que le decía:
-No te acerques ni juegues más con la gata.
La pequeña estuvo largo rato gimoteando. Después, fue recogiendo los muñecos y objetos que la gata, en su furia, había desparramado por todo el cuarto. La Pepona tenía rasgado el vestido y un brazo, pero el Payaso, que era de latón, solo tenía algunos rotos en el traje de anchos pantalones, que sí eran de paño.
-¿Te ha hecho daño?- le preguntó la niña.
-No, pero estoy cansado y flojo; necesito pilas
Alba fue por unas nuevas y se las colocó, con lo que el Payaso recobró su humor y energía.
-No llores por esa malvada gata. Somos muchos tus amigos y no la necesitas.
Así pasaron el tiempo, medio organizando el cuarto y medio jugando. Atardecía, y todo se iba oscureciendo, cuando empezaron a oírse unos lastimeros maullidos desde la ventana. La niña y el Payaso, que entendían el lenguaje de la gata, escuchaban:
-Alba, perdona, yo te quiero. Ven por mí, que tengo miedo en la oscuridad.
Y como asustada y llorosa, insistía con prolongados
-Miaaauuuuu…..
-No la escuches ni le hagas caso –aconsejaba el Payaso- Es egoísta y malvada.
Pero Alba, conmovida por las llamadas y porque le tenía mucho cariño, decidió ir a rescatar al animal.
-No, no –le gritó el Payaso-, no lo hagas.
Ella, sin embargo, decidida, pensando solo en salvar a la gata, empujó una silla para alcanzar la ventana.
El Payaso, conocedor de la tozudez de la pequeña, haciendo uso de toda su renovada energía, corrió con sus pasitos de robot hasta donde se encontraba el papá de Alba y, frente a él, saltó con insistencia, mientras ponía en marcha toda la parafernalia de gritos, canciones y piruetas de su programación, hasta lograr llamar su atención. El papá, aturdido por tanto alboroto, preguntó:
– ¿Qué le pasa a este muñeco? Parece que está loco.
El Payaso, delante de él, cada vez con más intensidad, seguía gritando, cantando y danzando incansable. Entonces, el despistado papá, gritó:
-¡Alba! ¡ ¿Qué le has hecho al Payaso?
Como la niña no contestaba, se levantó y fue al cuarto de juegos. Allí, asustado, vio como aquella trataba de salir por la ventana. Corrió y la cogió, mientras enojado le preguntaba:
-¿Que estabas haciendo? ¿No ves que te puedes caer y hacerte mucho daño?
-Es que la gatita me llama.
Sin hacerle caso, el padre, malhumorado, cerró la ventana en tanto le reñía para que no hiciera más aquello.
-Y ahora a comer y a la cama
Alba mal comió entre sollozos. Una vez con el pijama puesto, su mamá la llevó al dormitorio y la acostó, acompañada del Payaso.
Cuando quedaron solos el bueno del Payaso le dijo al oído:
-Hazle caso a tus papás y olvídate de la gata, que es egoísta y mala
-Pero…me quiere
-No es cierto. Los únicos que de verdad te quieren, y siempre te querrán, son tu papá y tu mamá. Y yo también. Mañana jugaremos y bailaremos. ¿Vale?
-Vale –respondió Alba
Y se quedaron dormidos como unos angelitos.