2012
Majestades:
Hace ya muchos años –demasiados- os escribí una carta con ciertas peticiones que, hechas por un hombre ya maduro, parecían inapropiadas, poco serias, ingenuas. Pero yo lo justificaba con el hecho de que en toda persona, cualquiera que sea su edad, existe siempre unas ilusiones escondidas, ocultas a la curiosidad ajena; unos deseos humildes, pequeños, cotidianos, albergados en lo más profundo del alma: anhelos de felicidad, de salud, de bienestar para los hijos, de bienes materiales específicos… Y decía que lo normal, lo frecuente, cuando no es un niño quien escribe para una publicación, consiste en pedir, con ampulosa retórica, esos obvios e incuestionables deseos de cualquier ser humano, como la paz universal, la abundancia recursos para todos, una justicia eficaz, sabios y prudentes gobiernos que nos defiendan y protejan, destierro de la maldad y la ambición sin limites…
Hoy, olvidando aquel egoísmo pequeño e íntimo y corriendo el riesgo de parecer presuntuoso, me siento obligado a invertir mis peticiones dejando en segundo término las propias para que la prioridad recaiga en las otras, las no personales. Vuestras Majestades conocen, por algo sois sabios, la actual situación de nuestro mundo. Sumido en una crisis económica, social y moral de intensidad y virulencia preocupantes, solo comparable a una epidemia peligrosa para la que no existen o no se aplican vacunas efectivas. La vida del hombre ha estado, casi de forma permanente, azotado por crisis –lo he dicho en muchas ocasiones-, con leves periodos de sosiego. Por eso cabe esperar una posible salida, una regeneración, desechando codicias, eliminando sórdidas ambiciones, destruyendo cultivos soterrados de odios, persiguiendo acciones malvadas y falaces, corrupciones políticas, castigando abusos y maldades, combatiendo falsas ideas o doctrinas que minan la convivencia, envenenan el respeto a los semejantes, promueven el crimen terrorista so pretexto de unos territorios que pertenecen a todos, o de unas creencias que son siempre de ambito individual…
Es necesario y urgente, Majestades, encontrar la forma de que este pequeño mundo nuestro se limpie de egoísmos, de hedonismo insaciable, de lívidas envidias, de ansias incontroladas de dominio y de poder, de avaricias crecientes, de creernos superiores, distintos a los demás, sin pensar que todos estamos amasados con el mismo material que el terruño por el que a veces se lucha con crueldad abominable; material, por otra parte, compuesto de elementos que forman las gigantescas galaxias del universo y que nos hacen hermanos, como decía el pobrecito de Asís, de esas estrellas que embellecen el cielo en las noches de estío…A nosotros se nos otorgó, además, el milagro de la vida y de un lenguaje para entendernos no para insultarnos ni dividirnos. Y siendo esa vida transitoria, como posiblemente todo el Universo donde apenas representamos una mota de polvo, resulta racional y obligado que nos queramos, que nos respetemos y ayudemos. No es posible explicar cómo en pleno Siglo XXI, poseedores de una tecnología avanzada, de conocimientos científicos amplios y de recursos bastantes, existan criaturas que padecen hambre, dolor y miseria…Las crisis han sido siempre consecuencia nefasta de los ingredientes señalados mas arriba. Vosotros, que tenéis el poder de ilusionarnos y de sembrar la alegría en estas fechas, haced que cambiemos y que en estos días navideños, que son un canto a la vida y a la esperanza, cambiemos para siempre olvidando cuantos defectos nos separan y cultivemos las virtudes que nos unen.
Y, por último, permitid que yo, ser humilde, cansado y torpe, tenga las suficientes fuerzas para vivir y hallar consuelo, en la triste soledad en la que me ha sumergido la ausencia de quien se fue de mi lado sin quejas, callada y discreta, como había vivido.
MIGUEL MOLINA RABASCO
Navidad 2012.