2005
EL DESTRUCTOR DE ALMAS
En aquel tiempo, cuando el Ser que acumulaba en sí mismo todo el Mal del mundo comprendió que, pese a su astucia y perversidad, no podía ganar una batalla total y definitiva que deshiciera lo creado, caviló largamente –si puede decirse esto de alguien que está fuera del tiempo- sobre la forma de hacer el mayor daño posible, especialmente a las criaturas dotadas de esa extraña facultad de vivir y sentirse algo distinto a la materia inerte que compone la inmensidad del cosmos y que son, a la vez, las preferidas de quien ideó o dispuso que todo fuera como es, con lo que podría vengarse de su destierro a las profundidades del averno. Y entonces, de su turbia, tortuosa y criminal mente surgieron las más sutiles ideas para herir, entorpecer y, en muchos casos, destruir, poco a poco, con lentitud sádica, la vida de tales seres haciéndola, a la vez, penosa y difícil mediante el desajuste de lo existente, que en principio estaba pensado para ser dominado por ellos. Así, como agitada por un loco, la tierra temblaba de vez en cuando, arrojaba fuego que se derramaba por doquier en forma líquida, producía olas gigantescas que asolaban las costas, derramaba trombas de agua que arrastraban poblados, disparaba descarga eléctricas que quemaban los bosques… Y a las endebles criaturas que sobrevivían a tantos desastres, las incitaba mediante la siembra de egoísmos y odios a enfrentarse unas con otras, para lo que les sugería formas de dotarse de instrumentos de destrucción cada vez más perfectos y eficaces, hasta terminar por conseguir que dominaran la técnica para desarrollar energía tan poderosa como la de las estrellas con lo que, en cualquier momento, podrían autodestruirse.
Pero, evidentemente, esta serie de males no eran suficientes. Las criaturas, además de una conformación física, poseen alma, una creación inmaterial no destruible por los procedimientos descritos. La verdadera persona no es el conjunto de materiales que ordenados en órganos y enlazados unos con otros forman un cuerpo con unas características específicas; la persona es la historia de este cuerpo y de sus actuaciones – acciones y reacciones-, que se va acumulando y archivando en la mente y que le hacen distinto, diferente de otros de su especie, a la vez que le otorgan valor más o menos excelso, según como se hayan comportado en el desarrollo de su quehacer en el mundo.
La Maldad infinita que ha fustigado con saña al hombre, no podía conformarse con solo inferirle un daño en la parte más vulnerable, el cuerpo, dejando escapar lo esencial, lo eterno: la persona. Para ello aprovechó la circunstancia de que estuviera estrechamente unida a la materia y que ésta actuara como soporte de su esencia, esto es, de su evolución psíquica, del acontecer histórico escrito a lo largo de la vida perecedera, que no otra cosa es el ser humano y cuyo resultado, se dice, el Creador recogerá en su seno.
Para ello unas veces hurgó en los delicados mecanismos nerviosos de las criaturas, dislocándolos, perturbó los órganos que equilibradamente regían apetitos normales transformándolos en deseos desaforados y ciegos, para convertir el hombre en enemigo de su hermano y, en el colmo de la sutileza y maldad refinada, encontró un arma diabólica para destruir al verdadero ser, lo que no era simple sustancia manipulable: el alma. Porque sus actuaciones en lo material, podrían ser corregidas, al final, con el arrepentimiento, con el conocimiento, con la ayuda de otros, pero la pérdida irrecuperable de los pensamientos, de las virtudes conscientes, de los hechos realizados, de la inteligencia, de la personalidad, en suma, distinta y con peculiaridades propias, supone en realidad la anulación, la desaparición, la destrucción del yo. Algo así como si borráramos la única partitura existente de la más hermosa composición jamás escrita. Y esto es lo que inventó, lo que viene realizando sobre las criaturas: borra de sus circunvoluciones cerebrales, de sus neuronas cuanto la vida en su devenir hizo para formar la persona singularizada, dejándola en blanco, fuera del mundo, sola, aislada, inerme, indefensa, sin posibilidades de recuperación; la espléndida imagen que en su laborar cotidiano y duro se fue labrando y dibujando, desaparece, se diluye en una nada absoluta, absurda, capaz sólo de percibir dolores de heridas o golpes, miedos invencibles a fantasmagóricas alucinaciones, terrores inexplicables, tal vez debidos a inconscientes y subterráneos recuerdos del organismo, no de la mente. De esta forma queda destruida la criatura que se era, transformada simplemente en cuerpo vacío, sin alma, sin perspectiva de futuro y de un más allá de las simples cenizas…
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¡Que gran éxito el de ese demoníaco Ente (a quien nuestra petulancia asigna nombres científicos) inventor de la destrucción de almas! Desaparecidas éstas, cuanto significaron y fueron, ya no hay personas, sólo espíritus – si realmente tienen existencia éstos- en blanco, es decir, una inmaterialidad inedintificable, algo inasible, invisible, inaudible, inapreciable, imperceptible…: una nada absoluta.
Esto, al menos, cree el perverso y malvado Destructor, por llamarlo de alguna manera. Pero se equivoca. ¡Maldito engendro de no sé que dios terrible, estás equivocado! Tú no serás capaz nunca de destruir a un ser humano. La vida no es tan simple para que la borres del cerebro como si pasaras una goma sobre un papel escrito con el tenue carboncillo de un lápiz barato. No. La vida tiene una complejidad que escapa a tu malvada inteligencia. Se escribe sobre alguien individual, pero también en cuantos lo rodean, porque vivir implica compañia, contacto con otros que están en torno nuestro y de los que percibimos su cálida existencia, sin la cual sería imposible concebirnos y comprendernos nosotros mismos. No podemos imaginarnos nacer y vivir solos en un mundo vacío. La vida también está formada por un conjunto colectivo de iguales que se reconocen y de otros varios y diversos, que nos acompañan. Y éstos que conviven en nuestro entorno, que comparten nuestras tareas y sufren, y lloran, y ríen al mismo tiempo, recogen en sus almas la imagen y forma de la nuestra, y la mantienen, y la recuerdan, y la quieren, y la perpetúan a través de sus descendencias.
¡Ser nefando y cruel! Yo te maldigo con todas mis fuerzas, por tratar de arrebatarme a quien, durante largos años, ha compartido su vida conmigo y con los míos. Yo te maldigo mil veces, por tu aviesa intención, pero te aseguro que tu empeño es vano. Ella también existe, su alma pervive, está repartida, impresa, grabada, en las de sus amigos, en las de sus hijos y está fija, permanente, impoluta, en la mía. Tendrías, malvado Engendro, que destruir la memoria colectiva, las neuronas inmateriales e invisibles que unen al mundo entero, el invisible recuerdo inscrito en el inconsciente de la especie, para que desapareciera verdaderamente. Has fracasado, maldito, y pese a que parezca haberse borrado o desaparecido de su cuerpo, su persona estará aquí, en todos nosotros, y con nosotros vivirá mientras existamos en este mundo y cuando marchemos al lugar, ahora desconocido, que nos haya sido asignado. De nada sirvió tu odiosa inteligencia.
MIGUEL MOLINA
Genial