2009
El lenguaje refleja la cultura y formación de quien habla, además de otros aspectos, como la situación anímica, la bondad, los sentimientos y, con frecuencia, la doblez e hipocresía del sujeto. Es muy difícil que a través de un diálogo amplio y distendido no se escapen, por mucho que se cuiden, palabras y expresiones que nos desvelen o hagan intuir el ideario, las creencias, vicios y virtudes del interlocutor.
Esto, que es predicable de una persona singularizada, es aplicable a la manera o modos de ser de una sociedad. El lenguaje, como las modas –cualesquiera sean sus aspectos- nos informa de la calidad y cualidades de quienes lo utilizan en un momento dado. Hoy, cuando proliferan con abundancia excesiva los medios de comunicación, algunos con tanto impacto e influencia como la televisión, podemos comprobar el deterioro del lenguaje y, por consiguiente, la devaluación cultural y humana existente en nuestros días. Y no se libra nadie. Ni profesionales de la palabra y de la noticia, ni enseñantes, ni hombres públicos que debieran dar ejemplo de comportamiento ni, como es lógico, por simple mimetismo, la gente de a pie, que imita y repite cuanto con profusión escucha.
Pero, como arriba se ha dicho, nuestras palabras son reflejo de las ideas que hemos elaborado o nos han sido inducidas, lo que significa que nuestra sociedad se halla en agudo declive moral, educativo y de valores cada vez más preocupante. Por simple inercia seguimos manteniendo como banderas ideas gestadas a lo largo de los últimos siglos; sin embargo, en el actuar de cada día, vamos diluyendo matices y desgastando relieves de aquellas virtudes hasta dejarlas sin forma definida, o transformándolas en puras imágenes que en nada recuerdan a su fisonomía primitiva. Más aún, las convertimos en feas antagonistas. Ejemplos no faltan: ahí tenemos a muchos de nuestros políticos, cada vez más ambiciosos, groseros, mentirosos y falsos; ahí están tanto financiero, empresario o nuevo rico, que no dudan en valerse de sucias manipulaciones para satisfacer sus codicias; ahí se encuentran tantos intelectuales de pacotilla convertidos en simples palmeros de los poderosos e influyentes; ahí hallamos tantos charlatanes defensores de libertades tratando de coartar las de los discrepantes y tanto defensor de los derechos humanos, hurtando los de quienes no coinciden con sus intereses e ideologías…
El lenguaje, sin duda, es como un espejo en el que se reflejan, con bastante fidelidad, la persona, sus pensamientos –aún cuando trate de ocultarlos- y sus vivencias. De ahí que el mal gusto, la grosería y las falsas libertades que en nuestros días afloran por todos lados nos estén mostrando en él un constante descenso cultural, formativo y moral de la sociedad en que vivimos. Y no cabe, como disculpa, recordar y señalar tiempos remotos, pues más barbaridades y crímenes que se han cometido en los dos últimos siglos, pese al nivel de conocimientos adquiridos, o tal vez como consecuencia de ellos, nunca han ocurrido.