2009
Estoy convencido de que, tras largos siglos de evolución y de ensayos de convivencia, hemos terminado por construir una sociedad frágil, quebradiza, enferma, débil. Todos estos calificativos le son aplicables, desgraciadamente.
Si meditamos sobre el acontecer histórico, nos encontramos con un perpetuo estado de excitación, de enemistades entre tribus, clanes ciudades, pueblos… Es una constante que se dibuja a lo largo del tiempo, sin pausa ni descanso. Ignoro si ocurre en todas las especies, pero el hombre, creo, ha sido hasta ahora el que más ha luchado contra sus iguales, incluso contra sí mismo; lo que no deja de ser absurdo e incomprensible.
Esto sucede de forma general, no es exclusivo de una raza o pueblo, acentuándose más o menos según la cultura o desarrollo de cada cual. Pero, ojo, ni la cultura ni el desarrollo vacunan contra esta especie de mal congénito que arrastramos.
Todo ello se ha comprobado, de manera acusada, en el pasado Siglo XX y lo estamos contemplando, sin cesar, en el presente. El hombre, que necesita de sus semejantes, no ha sabido establecer unas relaciones o reglas no conflictivas entre ellos. La vida social se desarrolla en equilibrio inestable y con frágiles instrumentos que, con frecuencia, saltan como fino cristal en mil añicos. Solo así puede explicarse que hechos como una huelga de camioneros, como la realizada no ha mucho, sea capaz de crear caos y se produzcan enfrentamientos por la adquisición de subsistencias, o que el afán especulativo y los excesos de grupos financieros y de producción pongan al borde de la quiebra y del desastre todo el sistema económico, pese a la “eficaz” actuación de la “mano invisible” del mercado, según nos decía A. Smith; solo así podemos entender la lucha sin cuartel por el control de materias, el petróleo especialmente que, en buena lógica, como el agua o el aire, debiera ser de todos; solo así podemos entender el afán de dominio que subyace en toda la historia; solo así podemos explicarnos el deseo de distinción y de diferencia que preconizan algunos políticos estúpidos, transformando en armas aquello que debiera servir para unir, como la lengua, el conocimiento científico, siglos de existencia juntos, la proximidad… Nuestra sociedad es inestable y frágil no simplemente porque la vida y su asiento físico están sometidos a los caprichos de unos fenómenos naturales aleatorios e impredecibles sino, también, porque el propio hombre la ha construido con una consistencia quebradiza, consecuencia de los propios egoísmos personales y de una manifiesta incapacidad para la renuncia en beneficio común. Tal vez forzado por tales defectos y el miedo a perecer o sufrir penosas incomodidades, se ha colocado sobre el filo de escondida navaja, como arriesgado equilibrista, sin pensar que cualquier movimiento erróneo le hará caer, con estrépito, herido y maltrecho.
Nuestra sociedad, hay que repetirlo con insistencia, resulta frágil, inestable, y dado el avance de la ciencia y de los medios bélicos disponibles hoy, si no rectificamos y cambiamos las formas de convivencia, podemos terminar destruidos en el fuego infernal encendido por cualquier loco fanático o fundamentalista. Hemos olvidado, o no queremos recordar, que existen una enseñanza y unos criterios ejemplares, únicos, dictados por Aquel a quien rememoramos estos días de Semana Santa, cuyo cumplimiento nos haría vivir en paz, sosiego y felicidad: el amor al prójimo como a nosotros mismos.