1996
Para cada persona hay una geografía sentimental, íntima, emotiva, donde figuran todos aquellos lugares, rincones, caminos que que en algún momento fueron escnerio de aconteceres especialmente atractivos y deseados; acontecimientos que dejaron para siempre su huella en el corazón y, en gran medida, condicionarion ya nuestra peculiar manera de ser.
Cuando, pasado el tiempo, por cualquier causa, volvemos allí, nuestros recuerdos se disparan y aparecen, idealizados por la distancia temporal, los hechos a ellos para siempre asociados, con un regusto indefinible, entre ácido y dulzón -si es que el símil puede aplicarse aquí- como corresponde a algo sugestivo que aún posee capacidad para estremecernos y emocionarnos.
Los ojos con que en el presente contemplamos la vieja capilla, entonces apenas iluminada por las temblorosas llamas de las velas, son distintos a los que, derramendo lágrimas, dirigieron la mirada a la sagrada imagen, buscando ayuda o consuelo. Ahora, gastados por años de trabajos y quehaceres, de acciones y omisiones, apenas aciertan a reconocer el lugar. Y lo mismo ocurre con el apartado rincón del parque donde se pronunciarion palabras de amor eterno, sin comprender que a veces la eternidad depende más de la intensidad que de la duración; o con la callecita apartada oscura, en la que permanecimos largas horas, tiritando de frío, mal resguardado bajo un viejo paraguas, en aquella gélida noche de invierno crudo y largo, a la espera de alguien que nunca llegó; o con la vieja fuente del camino en la que, sudoroso calmamos la sed bebiendo de sus frescas aguas; o con la trocha tortuosa y empinada de la sierra, ayudando a subir a la compañera, entre risas, mientras apretábamos con fruición su cálida mano; o con la sombra del viejo chaparro, aspirando un aire cargado de olor a tomillo y romero, Lucena al fondo, ´donde esribimos el primero soneto, lleno de ripios y entusiasmo, a la novia adolescente; o con el reclinatorio cercano al altar de la Virgen, en la ermita, en la presentación emocionada del primer hijo; o con la clara noche de agosto, gozando del silencio y de la paz, las estrellas arriba, abajo las titilantes lucecitas de los caseríos de Campo de Aras, soñando con enderezar el mundo, como nuevo Don Quijote, o con la misión imposible de componer unos versos más sonoros, bellos y emotivos que los de San Juan de la Cruz…
Es la geografía íntima, ligada a los momentos y situaciones de nuestra vida, imposible de olvidar: en ella están lugares, senderos, paisajes que al volver a visitarlos, después de largos años de agitado desvivir, tal vez con el fracaso a cuestas y desilusionados, hacen que reaparezcan con brío recuerdos, impregnados de nostalgia, mientras un nudo invisible aprieta la ronca garganta y la voz se quiebra.