2007
Esta es la ciudad alegre que vivía confiada…
Sofonías 2-15
Hay dos momentos cruciales en la España de los últimos años que marcan con claridad un cambio de rumbo político: el asesinato de Carrero Blanco y la matanza del 11-M en Atocha. En el primero se vuela al más firme sostén del anterior régimen; en el segundo se intenta destruir el espíritu de la transición, cambiando la dirección histórica iniciada después de cuarenta años de franquismo.
Ciñéndonos a este último acontecimiento, está claro que buscaba (por lo menos hacia ahí ha derivado) romper la estructura creada por la Constitución de 1978, para permitir una fácil desestabilización. Los autores, sean islamistas, sean independentistas, no importa: ambos buscan una nación dividida y débil, con graves problemas para encararse a una pretendida expansión islámica o a una rotura regional provocada por las seudo naciones inventadas por el delirio etnicista vasco y catalán.
El gran error de los redactores de la Constitución de 1978 fue haber querido solucionar o diluir las pretensiones soberanistas de aquellas dos regiones, creando otras más que han vaciado al Estado de un importante contenido que permitía la fuerte cohesión del país. Competencias como la Sanidad, la Educación o la Seguridad, por ejemplo, al ser cedidas en todo o en parte, han provocado la desigualdad fundamental de los españoles y que se pueda manipular la historia, arrinconar la lengua común y envenenar la inteligencia de las nuevas generaciones. Por otra parte, para mayor desastre, la Ley electoral permite una representación exorbitante a partidos minoritarios sin peso en el conjunto de la población, que con sus tendencias disgregadoras –de centrifugas las calificó Felipe González- hacen de la gobernación un permanente flujo de cesiones a los nacionalistas a cambio de su apoyo.
Dos políticos –González y Aznar- con sus mayorías absolutas, pudieron corregir estos defectos pero no lo hicieron, desaprovechando una oportunidad, entonces, de oro. Hoy parece que todo se ha enconado y las minorías deconstructoras tratan de alcanzar sus fines formando todo el ruido y tumulto de que son capaces. Mientras, los ciudadanos de a pie, los que deseamos paz, sosiego, trabajo e igualdad, anestesiados por los pasados años de bonanza, permanecemos quietos, callados, sin iniciativas; somos como la “ciudad alegre que vivía confiada” que puede, Dios no lo permita, verse conmocionada por la pérdida de su “status” actual o por el cataclismo de posibles confrontaciones cainitas.