2003
¿Se pierde o agota con el tiempo la capacidad de soñar? En su transcurso uno puede quedar sin un miembro y seguir viviendo, pese al feo muñón que denuncia la falta y la disminución de nuestras posibilidades físicas; podemos quebrar en salud y con dolores y fatigas vivir en felicidad; quedar ciegos y, sin embargo, protagonizar una existencia luminosa; carecer de bienes, estar sumidos en la pobreza y disfrutar y gozar con sólo sentir la caricia del sol en un frío día de invierno o la fresca brisa en el caluroso estío… Pero nos suprimen la capacidad de soñar, de esperar un mundo, una vida distintos, a nuestra medida, en los que nuestros deseos, la más veces ingenuos y modestos, nuestros amores imposibles, nuestras aventuras imaginarias puedan llegar a realizarse y, entonces, nuestra existencia se transforma en algo seco, desabrido, insufrible, como si fuera castigo de un dios despiadado
¡OH, Señor, para que ese levísimo y fugaz espacio temporal que es el paso humano por este mundo no nos parezca interminable, concédenos, misericordioso, la gracia de no perder nuestra facultad de soñar!
¿Se pierde o agota con el tiempo la capacidad de amar? En el camino de la vida uno va dejando, cual si fueran desechos, ilusiones, esperanzas, trabajos, satisfacciones, ideas como quien se despoja poco a poco de las diversas prendas que forman su modesto atuendo, hasta quedar desnudo de todo cuanto supuso el quehacer que realmente constituye cada persona. Porque, en definitiva, somos eso, un continuo quehacer del que solo va quedando un recuerdo, porque lo que motivó el esfuerzo es ya algo superado, cuando no inservible, y debemos desprendernos de él como de un peso muerto y arrojarlo para que no estorbe. Y observamos, doloridos, como se van quedando atrás personas conocidas, amigos, familiares íntimos que nos acompañaron en los malos y buenos momentos; y nos hiere con dolor agudo comprobar cómo el fuego que encendió un día nuestro corazón con dulcísimo llama, que parecía inagotable, ahora se va apagando inexorablemente; y observamos, alrededor, cómo nos amenazan ambiciones y egoísmos que no provocamos, luchas que no entendemos ni en las que participamos, guerras que nos sobrecogen y para las que nada hicimos… Se tiene, entonces, la sensación ácida y amarga de que la vida es una penosa pesadilla de la que no podemos despertar por más que nos esforcemos…
¡OH , Señor, para que los últimos momentos de nuestras pobres vidas no sean como un desierto, sin agua donde refrescar la seca garganta, roja por el llanto, y nos encontremos sin compañía que evite la inmensa soledad última, concédenos que nunca nuestro corazón, y el de todos los hombres, pierda la capacidad de amar!