Otra forma de oración

2014

                              OTRA FORMA DE ORACIÖN

El hombre siempre ha sentido la necesidad de indagar para conocer su origen y destino. Y, ciertamente, desde que diera sus primeros pasos por la tierra,  que le presentaba casi un infinito conjunto de cosas y de seres vivos de las más variadas especies y formas, su mente trató de encontrar el sentido, la explicación, el “porqué” de cuanto le rodeaba y de sí mismo. Los fenómenos naturales cuyas causas ignoraba, debieron parecerle manifestaciones de seres superiores y, poco a poco, llegó a descubrir, a lo largo de su evolución que, en efecto, lo eran; porque, en verdad, solo una inteligencia  Superior y Todopoderosa, podría haber  diseñado y creado el complicado mecanismo de un mundo tan diverso y, especialmente, la vida en todas sus  manifestaciones.

La creencia en la Divinidad, como en otras ocasiones he dicho, surge espontánea en el ser humano, conforme su mente se desarrolla, hasta concretarse,  en nuestro caso, en el  cristianismo, cuyos contenidos reafirman, explican y dan sentido a la individual existencia, eliminando dudas, temores e inquietudes sufridos en un oscuro y triste pretérito, sin salida clara  ni fin cierto. Y, paralelamente, nos ha incitado a orar, a dirigirnos a  Dios.

La oración, he aquí a dónde quería llegar. El Diccionario de la RAE contiene bastantes acepciones, acertadas como es lógico, más no del todo suficientes. No solo orar es pedir, suplicar, dirigirse a la Divinidad, con mayor o menos intensidad en la quietud  conventual, o en soledad, o de rodillas ante el altar, cara a una efigie, o en el sagrario; orar puede hacerse también de otras formas como, por ejemplo, con la acción: protegiendo al débil, ayudando al necesitado, defendiendo sin violencia pero sí con energía, unos deberes morales que la fe y el corazón nos imponen. La oración, pues, puede realizarse de mil diversas maneras y una de ellas, penosa y difícil, es construir  el lugar donde rendir culto o apartarse del ruido callejero para hablar, quedos y humildes, a Dios: el templo.

Todos hemos visto durante años, en una céntrica calle de esta ciudad, dos bellas columnas y unos muros descarnados, semiderruidos, junto a un campanario escueto que parecía señalar, con constancia acusadora, los escombros de  la Iglesia de San Pedro Mártir. Por fin la iniciativa de un grupo de creyentes y la ayuda de  de todo un pueblo, han conseguido el milagro de reconstruir el edificio. Ha sido una acción continua, constante, esforzada, que se ha visto culminada con la realidad de un remozado templo que, en su realización y en sí mismo, equivalen a una hermosísima oración colectiva.

No es frecuente, en nuestros días, hechos y sacrificios de esta naturaleza; por el contrario somos olvidadizos y estamos sumidos en la atracción del consumismo y del hedonismo. Pero en Lucena, sacudida por el fervor y  el sacrificio de personas ejemplares, ha hecho que nos despertemos para recuperar el olvidado lugar donde en el pasado se rendía homenaje a Dios, al tiempo que se dirigían súplicas para conseguir una vida más perfecta. Hoy, en estos momentos de crisis y necesidades, podrían parecer superfluos los esfuerzos y medios invertidos en levantar de nuevo un templo que estaba perdido; pero si pensamos que en las ocasiones difíciles y peligrosas, es cuando más  necesitamos  estímulos y fe fuertes, no cabe duda que esas piedras y ladrillos unidos con fuerza por el cemento;  esa espadaña reforzada y disparada al cielo; esas campanas templadas y con recobrada sonoridad, que con sus voces metálicas llaman la atención del creyente distraído, al tiempo que avisan a las alturas de que van a elevarse ramilletes espléndidos de  rezos, cánticos, silenciosas lágrimas y pensamientos surgidos en el nuevo recinto sagrado  que constituye, y en realidad es también, repito, una hermosa y profunda oración del colectivo humano de Lucena, escrita con piedras y sudor, sin dejarse amilanar por las miserias y problemas agobiantes de este confuso tiempo en el que vivimos: una forma de oración perenne, firme y fuerte,  amorosamente unida a la breve capillita, humilde e íntima, donde Jesús, desde hace siglos, cuida y consuela a sus hijos.

                                                                             MIGUEL MOLINA RABASCO

                                                                                    Semana Santa 2014

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