2009
Vivimos tiempos de confusión y angustia. Ignoro si coinciden – Dios no lo quiera- con los anunciados en los Evangelios o serán, tal vez, turbulencias que sacuden a la sociedad cada ciertos periodos por muy diversas causas, a las que no son ajenas las acciones y omisiones del hombre, casi siempre movido por egoísmos y ambiciones.
Lo cierto –con ese género de certeza que analizó con exquisita sencillez J. Balmes- es que fallan demasiadas cosas en el funcionamiento de la sociedad. Y no solo en la nuestra, la occidental, la más avanzada en aspectos técnicos y científicos, sino en todas las que con sus diversas creencias, culturas y conocimientos existen en este mundo.
Cualquier optimista dirá que hoy vivimos mejor que nunca y, de forma parcial y en algunos lugares, es verdad. Mas si observamos con detenida meticulosidad cuanto ocurre, veremos que la mayor parte de la tierra está sembrada de conflictos, de cruentas luchas y castigada por el hambre, el miedo y los sufrimientos físicos y psíquicos.
Algo falla, sin duda. A nuestra rica y saciada área la ha invadido una crisis que oscurece el futuro feliz con un paro galopante, el aumento de la pobreza y delincuencia, propagación de la corrupción, de la inmoralidad, del desprecio de la vida humana, de la violencia…
Indagar las causas no es difícil, aunque sí lo sea señalar culpables concretos. Tales causas están en la insaciable ambición humana que no se detiene ante ninguna barrera moral y es capaz de engañar y especular con descaro, a la búsqueda de beneficios, sin analizar ni importarle las consecuencias. Los culpables somos todos, que hemos colaborado e impulsado las acciones que llevaron a la crisis. Lo que ocurre hoy, con mayor o menor intensidad en todo el mundo, se debe al ansia ilimitada del hombre por la riqueza y el poder. Para alcanzarlos evita trabas, incumple reglas y se aprovecha del complejo estamento de las finanzas y de la producción, sobrevalorando o desvalorizando bienes, a veces inventando algunos sin existencia real; pura fantasmagoría creada por desaprensivos pero vendida con habilidad a quienes, casi con desesperación, buscaban el enriquecimiento rápido y sin trabajo. Si a ello se añade las corruptelas políticas y económicas, la propagación de ideas hedonistas, el desprestigio del esfuerzo y la educación, la pérdida de valores morales y religiosos, la patológica proliferación de fanatismos salvajes, nos encontramos con un retrato bastante realista de los días en que vivimos. Días de angustia, de confusión, parecidos a los reflejados en los Evangelios. Esperemos que desechando parte de esas taras que nos restan solidaridad y desprendimiento, podamos realizar un empuje común para salir de este pozo en el que se está hundiendo nuestro mundo, al tiempo que recobramos las enseñanzas que Jesús, hace más de dos mil años, nos impartió para conseguir paz y felicidad verdaderas.