2007
Nuestro mundo, cada día más tecnificado e invadido por una seudo-información sesgada cuando no manipulada, necesitaría, de vez en cuando, un tiempo libre, una especie de retiro, para hacer algo así como balance, recuento o examen de cuanto ha recibido y asimilado, y analizar o meditar sobre el valor y verdad de todo ello y de actuaciones que ha realizado inducido sin que se diera clara cuenta.
Un aspecto que convendría revisar es la frecuencia con la que nos impulsan a ver lo más negativo de las personas, sus perfiles menos ejemplares, las tendencias interesadas, egoístas e innobles. Así, son noticia sus debilidades y comportamientos ególatras; interesa destacar sus bajos instintos y hechos reprobables; se provoca el deseo morboso de lo turbio cuando no de lo abiertamente malvado. Prensa escrita, radio y TV compiten en mostrarnos el lado más sórdido de la humanidad ; y esto ocurre en todos los países con lo que nos hallamos, sin buscarla, con una “globalización” de preferencias de lo malo, ahora que esta tan de moda la palabra. No son noticiables los acontecimientos positivos, que apenas merecen una líneas en cualquier rincón, y menos sin están realizados por gente sencilla, desconocida. Y, sin embargo, cada día, cada hora, cada minuto se están produciendo hechos capaces de reconciliarnos con la especie humana, cuya imagen se nos presenta tan distorsionada. Son muchos los seres, que yo califico de espléndidos, que con sus conductas calladas y anónimas redimen a la mayoría y hacen que todos podamos considerarnos humanos.
Por todo ello resulta necesario y urgente cambiar de una vez la promoción indirecta que se hace de las menos respetables pasiones al destacarlas en la información, con olvido de esfuerzos ocultos en pro de los semejantes, que son actualmente infravaloradas y arrojadas a los últimos espacios de los diarios, sin es que llegan a reflejarse en ellos.
Esos seres espléndidos de los que nunca nos acordamos, que trabajan penosa e incansablemente frente al sol y el viento en lo alto de frágiles andamios, en el campo sediento del largo estío o helado del crudo invierno, en la profundidad de la mina, en la fábrica estruendosa, en el doliente hospital, en las repletas aulas, en las mil tareas que la sociedad impone para su pervivencia, sin otro estímulo que el de sacar adelante a la familia; esas personas que queman sus ojos ante el microscopio en el laboratorio, que luchan en lejanas tierras para facilitar la paz u oran en el silencio recogido del convento por todos sus semejantes, renunciando a la vida, con luces y sombras, del mundo y que ofrecen sus sacrificios con toda naturalidad … No quiero dar nombres porque la lista se haria inacabable, pero en la mente de todos están figuras que hicieron y destacaron tanto por su bondad como por sus esfuerzos y sacrificios en aras de los demás. Ellos son los que deben destacarse en estos nuestros días en los que priman egoísmos crecientes y un hedonismo que se extiende de manera imparable.
Hay que promocionar la cultura del esfuerzo, de la renuncia, de la entrega a los demás; no es cierto que ello signifique prescindir de lo bello y atractivo de la vida y del placer; por el contrario, son las acciones que más gozo permanente proporcionan a quienes verdaderamente tienen alma.