Sobre la pareja humana

2006

                                         SOBRE LA PAREJA H UMANA

No es mi intención  entrar en polémica sobre el feminismo pujante de nuestros días. Ya en una ocasión tuve  algunas discusiones no buscadas por mí y prefiero no tropezar en la misma piedra. Lo que si me gustaría es aclarar, y hacer comprender,  que los hechos han de examinarse con la visión o perspectiva de la época en que se desarrollaron. No cabe, sin más,  lanzar acusaciones al pasado con ideas y visiones de hoy.

Negar  el sometimiento, más o menos intenso que, durante mucho tiempo, ha sufrido socialmente la mujer, sería estúpido. Pero tampoco debe  olvidarse  el padecido por  los propios hombres, bajo la  dependencia  de un vasallaje indigno o un trabajo agotador y miserable, que apenas les permitía sobrevivir. Hoy mismo, en muchas de esas civilizaciones con las que pretendemos alianzas,  la discriminación femenina es increíble y la falta de libertad para el hombre, insoportable. Y, sin embargo, el peor enemigo para evitar esa situación, son las propias mujeres y el fanatismo incomprensible de los oprimidos.

Quiero decir con esto que en nuestro mundo occidental, sin restar mérito al feminismo, han ocurrido otras circunstancias ajenas al movimiento, que han propiciado su nacimiento y auge. Basta solo con volver la vista atrás, apenas unos siglos. La mujer, en nuestra cultura,  ha tenido un lugar si no privilegiado, si al menos destacado. El cristianismo eleva a la mujer al más alto puesto alcanzable por  un ser humano, cercano a la propia divinidad. Y en la época caballeresca, el ideal femenino guiaba  las actuaciones del caballero, buscando agradar  a su dama, con lo que ésta, indirectamente, se transformaba en educadora de aquél  (Ortega), pues le  bastaba una sonrisa o un leve gesto de desdén para  influir en los  comportamientos del galán.

Donde mas claramente se observa esta importancia de la mujer es en los poetas. Que todo un Dante se entristezca o alegre  por una simple mirada de Beatriz; que  un inigualable Petrarca, pese a sus hábitos,  suspire por Laura; que un caballero tan díscolo y satírico como Quevedo, acusado además de misógino, quede prendado de Lisi;  que un tan sufrido ingenio como Cervantes se vea enredado por Ana Franca; que un tan genial Caballero de la Triste Figura, flor y nata de la caballería andante, en las frías noches  de las solitarias  montañas de Sierra Morena, haga ejercicios y penitencias por su dama, significa mucho a favor de lo femenino.

¿Y que decir de figuras tan excelsas como Isabel la Católica – quizá mal vista hoy por ser la unificadora de España-, o de la extraordinaria  Santa Teresa de Jesús, luchadora incansable, protectora  además de hombres como San Juan de la Cruz, a quien prestaba  fuerzas y protección desde su flaqueza? ¿Y como olvidar  Agustina de Aragón, a  Mariana Pineda, a Madame  Curie, por no alargar más la lista?

Cierto que en comparación con escritores, científicos, artistas,  la mujer queda por debajo en número. Pero  es natural teniendo en cuenta que todo es consecuencia  de una lenta  evolución. Me temo que no voy a terminar muy bien, pero me siento obligado a decirlo. La Naturaleza hizo un diseño para todos los seres vivos; salvo excepcionales especies, todos estamos concebidos, en principio, para una función determinada, que implica  una cierta  división del trabajo o de algunos menesteres. Cualquier estudiante de ciencias  naturales o biología conoce esta manera de actuar especializada  en muchas y distintas especies. Y el hombre no escapó a este plan;  sólo en el transcurso de  milenios ha conseguido  una  igualación de  ambos sexos, hasta donde es posible,  como ocurre con  los derechos  y obligaciones. Afortunadamente, podemos añadir, pues como expresa el conocido chiste mejicano, resultaría aburridísima una igualdad física total. Aunque, pensándolo mejor, hoy hasta eso parece estar superado, políticamente al menos. 

                                                                         Miguel Molina Rabasco.- 1-5-06

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