2013
La noción de tiempo, como variable en el desarrollo de la vida personal, resulta difícil de explicar y hasta de entender. No es equivalente a la que en física nos la relaciona entre distancia y velocidad en su recorrido sino que, según mi particular entender, no estrictamente científico, supone una simple percepción personal. No es lo mismo un momento vivido apoyados los pies sobre ascuas ardientes, que el transcurrido en sosegado descanso en un mullido colchón de lana; ni el pasado durante acciones peligrosas y duras, que el gozado en momentos de placer o felicidad. En los sucesos negativos y dolorosos el tiempo será largo, interminable; en los gozosos y agradables, veloz, breve.
A lo largo de la existencia humana, pasamos por diversas situaciones que imprimen una distinta velocidad a nuestra existencia. Según lo expresado más arriba, el “tempo” será corto, casi como un relámpago fugaz, en ocasiones; en otras interminable, casi eterno…Depende de la incidencia de los acontecimientos en nuestra sensibilidad; incidencia procedente tanto de la complejidades del acaecer y del entorno, que provocan reacciones diversas que agitan nuestra psique. En pocas palabras: el tiempo nos parecerá más o menos largo según los hechos que influyen, marcan y empujan nuestra vida.
No descubrimos nada nuevo si afirmamos que el mundo, para el hombre, ha sido, a lo largo de los siglos, conflictivo y le ha supuesto una constante lucha, ganada a veces, perdida otras y siempre con altibajos preocupantes y penosos. En los Evangelios de San Mateo, San Lucas y San Marcos, se nos habla de tiempos de angustia, en los que la certeza en las ideas y creencias, en la fe y confianza, es atacada por toda clase de enemigos, falsos profetas y destructivas ideologías; a ellas se unen hoy la pérdida o desintegración de los valores sobre los que se apoyan nuestro mundo interior, con lo que tiende a derrumbarse todo el edificio del “yo”, zarandeado por turbulentas fuerzas que no acierta a comprender. Y surge la angustia y la confusión. Por todas partes nos disparan, como proyectiles, ideas y creencias que colisionan con las que han nutrido nuestras vidas y tambalean la sociedad de la que somos parte; las virtudes que aprendimos se convierten en rémoras para subsistir; los principios que sustentaban la convivencia parecen falsos; crece la codicia y aumenta la miseria, fallando esa mano invisible que, según Adam Smith, asignaba los recursos en economía; se tergiversan y desvirtúan los contenidos y mensajes religiosos para incitar a la confrontación y enemistad, cuando no a la guerra, en vez de fomentar la unión y la mutua ayuda…
Tiempo de angustia, tiempo de confusión. Las naciones –también la nuestra- tienden a romperse o destruirse; la convivencia falla a consecuencia de estúpidas teorías identitarias; explosiona nuestra personalidad formada por convicciones, afectos, respetos, amores y distinción del bien y del mal. Nuestros días no creo que sean prólogo de los vaticinios evangélicos, pero se dan en ellos muchas síntomas inquietantes. El resultado de la actividad se evapora con una crisis inexplicable si eliminamos ingredientes de codicia, ambición y maldad; la mano invisible –ya indicada- que asignaba con acierto los recursos, según los economistas clásicos, parece haber sido manipulada en beneficio de los poderosos y perjuicio de los débiles: la cultura igualadora de todos los seres humanos, ha sido envenenada por afanes de diferenciación; la defensa de la vida como bien insuperable, ha sido aguada por inventados derechos hedonistas o lascivos; el respeto a las ideas ajenas, a las creencias personales, a la esperanza en otros mundos mas allá de la existencia física y temporal, es pisoteado cuando no perseguido con saña y no pocas veces con la muerte. Nadie podía imaginar que en el siglo XXI pudieran acontecer sucesos como los que estamos viviendo, y que nos angustian y confunden. No entendemos como el hombre, tras largos periodos de evolución, no haya eliminado sus instintos agresivos; no comprendemos como después de enseñanzas y ejemplares actitudes, no actúe de manera constructiva y se esfuerce en ayudar para que todos consigan una vida plena y feliz. Contemplando como cada día se incendian peligrosamente países, regiones en todos los continentes, resulta urgente reflexionar sobre nuestros comportamientos, sobre nuestra vida, sobre nuestro destino…La Semana Santa nos brinda propicia ocasión para ello, con el recuerdo del sacrificio que, por amor a los hombres, tuvo lugar hace más de dos milenios.