2019
En varias ocasiones he reflexionado y escrito sobre la soledad, de las diversas causas que la producen y de las sensaciones y consecuencias a que da lugar. Unas veces la soledad puede ser creadora, cuando nos apartamos del mundo circundante para estudiar, escribir o hacer algo nuevo, como el sabio investigador, el poeta, el artista…
Soledad transitoria y fecunda porque no dejamos de percibir la cálida existencia de quienes nos importan y se hallan en nuestro entorno;
existe otra en la que, precisamente, esos que nos importan, han desaparecido y su lugar lo ocupa una fría e inevitable ausencia, contra
la que es imposible luchar; así podríamos seguir enumerando situaciones, si no interminables, sí numerosas, dependiendo del carácter
o forma de ser de quien las sufre o siente, con frecuencia sin claros motivos.
Este es mi caso. No dejo de pensar en cómo escapar de esta especie de densa neblina que recubre y oculta cuanto me rodea, haciendo que me sienta un extraño ser en un no menos extraño mundo, donde todo ha desaparecido, pese a mis ejemplares hijos, al bullicio que encuentro a mi alrededor y que a veces me aturde y me hunde más en mí mismo.
La familia me aconseja que salga y me distraiga, que viaje, que no piense tanto y me lance a conocer más lugares, nuevas gentes… Tal vez tengan razón. Debo escapar de mí, del pasado, percibir la vida y las cosas que parecen existen y nunca he estado cerca de ellas.
MIGUEL MOLINA
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